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En las dos anteriores entradas sobre déficits cognitivos asociados a la EM nos centramos en los problemas de memoria. Pero si revisamos la literatura sobre estos déficits asociados a la EM en lo que existe una evidencia más relevante es en la afectación de las denominadas funciones ejecutivas. Este nombre tan pedante básicamente hace referencia los procesos cognitivos (o si se quiere cerebrales) implicados en la resolución de situaciones novedosas. En esta primera parte voy a intentar explicar este concepto porque a veces resulta complejo hasta para los propios profesionales que nos dedicamos a la neuropsicología. Cuando Goldberg se refiere al factor “I” lo relaciona con el concepto de inteligencia ejecutiva por lo que podemos aventurar que una persona inteligente será aquella que posea buenas funciones ejecutivas.
La eclosión de las ciencias del cerebro ha generado un creciente interés por comprender los procesos mentales más complejos, así como los sustratos cerebrales de dichos procesos. Las funciones ejecutivas se han definido en neuropsicología como los procesos que asocian ideas, movimientos y acciones simples y los orientan a la resolución de problemas complejos (¿no les parece una buena definición de inteligencia?). La primera autora que acuñó este término fue Muriel Lezak y definió las funciones ejecutivas como las capacidades mentales esenciales para llevar a cabo una conducta eficaz, creativa y aceptada socialmente (¿no les parece otra buena definición de inteligencia?). Catherine Mateer refiere a su vez los siguientes componentes de la función ejecutiva: prestar atención, reconocer el objetivo, formular una intención, elaborar un plan, ejecutar el plan y valorar el logro. En la orilla de este caudaloso río ya se encuentraba Rylander que en 1939 ya afirmó que “las personas con daño cerebral frontal se distraen fácilmente, no son capaces de captar la globalidad de una realidad compleja…los sujetos son capaces de resolver situaciones rutinarias pero incapaces de resolver tareas novedosas”.
Este planteamiento nos sumerge en una nueva cuestión. Cuando hablamos de funciones ejecutivas no deberíamos centrar nuestras reflexiones en el plano de la definición del término. Si intentamos describir cómo opera el cerebro para que llevemos a cabo un “acto mental inteligente” o una conducta inteligente lograremos acercarnos más a la comprensión de este concepto. Una pregunta como ¿qué es la inteligencia? puede ser sustituida por ¿cómo operan las funciones ejecutivas?
La conducta inteligente es el resultado de los ensayos mentales que llevamos a cabo dentro de nuestra cabeza. Es la consecuencia de la capacidad para programar, regular, controlar y verificar nuestra conducta. Una conducta inteligente no es una conducta refleja, es una elaboración que obtiene un producto que sirve para resolver una situación. Los lóbulos frontales (como su nombre indica la parte del cerebro que se encuentra en la parte de la frente y que aparecen en la ilustración de esta entrada) como estructura, y las funciones ejecutivas, como procesos asentados en dichas estructuras, generan acciones potenciales, así, el sistema puede simular situaciones y verificar si la solución elegida es apropiada para la exigencia del problema. Los lóbulos frontales actúan como un director de orquesta y que en él se hallan las funciones del ser humano que más le diferencian de otros seres vivos y que mejor reflejan su especificidad. Desde un punto de vista funcional puede afirmarse que en esta región cerebral se encuentran las funciones cognitivas más complejas y evolucionadas del ser humano. La inteligencia, la creatividad, la ejecución de actividades complejas, la toma de decisiones o el juicio ético y moral se relacionan con el córtex prefrontal. Uno de los procesos cognitivos que se ha relacionado con la corteza frontal son las denominadas funciones ejecutivas. Somos criaturas con un gran potencial para imaginar el futuro y las consecuencias de nuestra conducta sobre el mismo. La inteligencia es el encuentro entre el mundo externo que me propone situaciones que debo resolver y mi mundo interno que imagina soluciones y resultados de esas posibles soluciones. El encuentro de ambos mundos se produce en la corteza prefrontal. Un acto inteligente es un resultado, un producto que surge de la frenética actividad neuronal en la masa gelatinosa que se encuentra detrás de mi frente. Si es un producto, tal vez, logremos comprenderlo mejor si seguimos la pista al proceso de “fabricación”.
En la próxima entrada indagaremos en ello. Tal vez una de las frases que nos acerca muy bien a este concepto se la debemos a Charles Darwin cuando afirmó que “no es la especie más fuerte la que sobrevive, ni siquiera la más inteligente, sino la que mejor se adapta a los cambios”.
Autor: Javier Tirapu Ustárroz
Javier Tirapu Ustárroz es neuropsicólogo clínico y director científico de la Fundación Argibide para la promoción de la salud mental. Ha impartido más de 450 conferencias, ponencias y cursos de divulgación sobre temas de neurociencia. Cuenta con más de 220 publicaciones y 8 libros relacionados con la neuropsicología. Asimismo, es miembro del comité científico y revisor de 10 revistas científicas y director del área de neuropsicología de revista de neurología. Es profesor en 12 master sobre neuropsicología y neurología conductual en España e Iberoamérica. Co-director del master sobre neuropsicología de la Universidad Pablo de Olavide y del Master sobre trastornos del Espectro Autista.